martes, 22 de mayo de 2012

EL DISCURSO DE DESCARTE




“Cuando el negocio es grande, el crecimiento y los beneficios esconden una multitud de pecados”
David Jones (1810-1869). Parlamentario conservador británico. 




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Nunca me han gustado los nombres compuestos. Son ampulosos y sugieren su afección por el defecto de la conquista. Pienso en Julio César. Mi nombre no es compuesto. En cambio, me gustan las frases cortas. En ellas es difícil camuflar el engaño. La verdad tiene pocas palabras; las mentiras adoptan el adorno del discurso. Todos los gerifaltes llevan uno bajo el brazo.

    A mi abuelo-ellos- le dieron una medalla. Fue en el año 1946. El gobierno de Franco dispuso un recorte de dividendos.  Los pequeños accionistas del Banco de España fueron las víctimas. El beneficiario fue el estado. Y así fue como una vida de denodados sacrificios se rindió al expolio. Mi abuelo me contaba una historia: El administrador de una despensa hurtó sus provisiones. Entonces muchos pasaron hambre. El responsable de intendencia repuso las viandas sustraídas y exoneró al administrador. Pero nada cambió.  Persistió la hambruna. La verdad tiene pocas palabras. La mentira adopta un abstruso discurso.

       “Hay que rescatar con capital financiero-dinero público- a una entidad en peligro de bancarrota para salvarla de la quiebra, insolvencia, liquidación o ruina y evitar el contagio financiero de los mercados”.

 Esta frase no es mía. Es una transcripción. Mi estilo es parco y lacónico. Esta es una definición extensa. Los párrafos largos son como sogas. Las sogas no son buenas si no se tienen los pies en el suelo. Yo, jamás he estado tan aturdido. Las palabras son aluviones de myolastan para el músculo social.

  Nunca la dialéctica segregó tanto una obra necesaria. Hablan y no obran. Alguna vez, si lo hacen es en otro sentido. Utilizan la acepción diferente. Nos embadurnan la cabeza con las heces de sus embustes.

 Ayer soñé con mi abuelo. Me llevaba cogido de la mano. En la Pechera colgaba su medalla del Banco de España. Refulgía con destellos deslumbrantes. Un pleonasmo, como las mentiras en el discurso. Mi abuelo repartía monedas. En las esquinas de las principales calles había mendigos. Todos ellos vestían de levita y trajes caros. El depositaba unas monedas en sus escudillas. Los mendigos daban largos discursos de agradecimiento. Todos ponderaban el brillo cegador de la medalla. Refulgía con destellos deslumbrantes.

   Entonces me desperté sobresaltado. La radio en sordina emitía un noticiario. Un Banco amenazaba una quiebra inminente. Hurgué en mi bolsillo con gesto cansino. Unas monedas se deslizaron entre mis dedos. En la calle la policía desalojaba a los vecinos de enfrente. ¡Malditas hipotecas¡.

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