miércoles, 4 de diciembre de 2013

A mí también me va bien.



No se me ocurre otra forma de expresar un estado de ánimo. Tengo una ocupación que me permite vivir, un lugar donde hacerlo con dignidad, y una salud que no aparece reflejada en gráficos a la baja en el pie de una cama. Mi cuenta bancaria no rebosa como la de algunos acaudalados ciudadanos adscritos al Forbes pero su apunte está en números negros en la cuenta del debe, por lo que el director de mi entidad bancaria todavía no me ha negado los buenos días.
A pesar de estos tiempos recesivos que se viven, muchas personas están instaladas en situaciones parecidas solo que no lo saben. Como el trabajador de un Organismo público que esta mañana discutía airado detrás del mostrador por un expediente que le habían endosado perteneciente a otra sección diferente a la que ocupaba. Cuando llegó mi turno, me atendió de manera displicente con una mueca indisimulada de contrariedad en el rostro y un tono desabrido y poco amistoso. Una excepción sin duda porque mi experiencia con otros funcionarios ha sido siempre positiva, eficaz y cordial. Pensé que con su aspecto rubicundo, un trabajo vitalicio y una actitud diferente, a aquel hombre las cosas no le irían tan mal.
Las sonrisas imborrables o la regularidad anímica son sin duda un imposible o un artificio. El ser humano es infeliz por naturaleza. Pero no siempre resulta difícil relativizar. Entre un caviar Almas y un plato de arroz hervido hay una amplia variedad de alimentos con los que nutrirnos y tesituras vitales a caballo entre el triunfo y la tragedia. Nuestra proyección en el trato con los demás no puede depender de un mal despertar, de una avería en nuestro coche o de un virus que se ha instalado en nuestro disco duro.
Y salvo psicopatías u otros trastornos nada más fácil que empatizar. Empatizar empapándonos de las desgracias del mundo, sin equidad ni misericordia. Y si el mundo resultase muy grande, hacerlo a la vuelta de la esquina.
El otro personaje de esta reflexión trabaja en una cafetería. Ayer me decía que trata de ser agradable con los clientes porque de eso depende su trabajo. Poco más…. su marido en paro desde hace dos años, un niño enfermo al que debe pagar la prótesis y un alquiler que sostiene su techo.
Empaticé. Creo que nunca un café con leche me ha sabido tan bien. Bendeciré mi suerte y sobre todo me tragaré mis menudencias sin improntas de carácter que contaminen a los demás.

 Los que no pueden decir a mí también me va bien no se lo merecen.

                             Jesús