miércoles, 11 de abril de 2012

LA VOZ SILENTE DEL ESCRIBA




Las palabras acudían a él, como un pálpito sacude el pecho en el preámbulo de un alumbramiento y entonces las domeñaba a su antojo, creando un lenguaje sin artificios, como una prosaica licra de los sentidos, enaltecidos estos y convertidos en significados oculares, de una plasticidad tan bella, tan dolorosa en su intensidad, que cualquier concepto estallaba en realidades.
Arrobado en la transmisión del mensaje, ejercitaba su orfebrería de poemas, construía sentencias que encerraban el epílogo de los ancianos, escribía tratados sobre la espumosa esencia del hombre y ponía en su grafía la voz escrita, esperántica y universal. Y mientras tanto, las palabras, una vez más, acudían a su geiser creativo que las colocaba quirúrgicamente en su lugar preciso, para decir, sin adocenamiento, la frase que todos esperaban, que a todos conmovía. Su elocuencia viajaba a lomos de cada figura del lenguaje hacia donde nunca antes habían estado otras voces. Y se obraba el milagro cuando sus historias bullentes al abrigo de los libros, impregnadas en ellos- ya libres de cualquier encuadernación- se transmitían por el acervo oral de los pueblos hasta la difusa frontera de la inmortalidad. Apenas un sueño le separaba de la plenitud de la gramática: Con vehemencia, valiéndose del lenguaje de los signos, dejaba dicho con sus particulares sesgos en el aire, que de no ser por su apoplejía ante la fonética, hubiera podido decir, con la voz que le había sido negada, cuan errado era el camino de los hombres cuando dejó de ser el trazado por aquellas inveteradas palabras.

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