
El conflicto no está en la representación de hombres armados, sino de hombres que se tragan su llanto y que esperan austeros el momento del golpe. Estos juegos visuales no eran fácilmente perceptibles por la oficialidad guatemalteca. Pero a su modo, Roberto Ossaye pelea y gana una revolución silenciosa, aterida al lienzo y al retrato de una sociedad angustiada pero vital y poderosa.
Conjugarás el imperativo
monocorde y diapasón,
repudiando las gramáticas transitivas
en una satrapía de pronombres.
Someterás la ósmosis de los carteros
a los renuentes de tus espejos,
aquellos que pisen tus sombras,
algunos réprobos de lo infalible
y a estos veraces en sus rapsodias.
Condenarás a los Houdini de tu retórica,
todas las ciencias,
un lápiz de trazo díscolo,
un rotativo que no rota en tu eje,
al mariscal prestidigitador de blancas palomas
a los pájaros y a los masones
y a los cojos, por su heterodoxia de los desfiles.
A tu diestra
sentarás a los cateteristas de tendencias,
a los domados piafantes de entelequias,
empachados feligreses de tus obleas,
parlamentarios okupas de pesebre,
dos celdas, propiedad conmutativa de sufraguistas
y un gobierno jaculatorio de gorgoritos.
En la soledad,
te obsesionarán los ángulos,
los diletantes fariseos de tu himno,
la endeble arquitectura del miedo,
el dedo del magnicida.
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