martes, 30 de enero de 2018

CRÓNICAS DE LA GUERRA CIVIL EN SALVATIERRA- Testimonios de Gonzalo Gil

¿Por qué qué habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvo?
En España no hay bandos,
en esta tierra no hay bandos,
en esta tierra maldita no hay bandos.
No hay más que una hacha amarilla
que ha afilado el rencor.
Un hacha que cae siempre,
siempre,
siempre,
implacable y sin descanso
sobre cualquier humilde ligazón;
sobre dos plegarias que se funden,
sobre dos herramientas que se enlazan,
sobre dos manos que se estrechan....  El Hacha- León Felipe




Soldado con uniforme republicano.  Ängel Domínguez González
 de Corzans-Salvaterra




En el año 2015 recibía en una de las entradas de mi blog titulada Historiasde la Guerra Civil en Salceda y Salvatierra de Miño,  una enérgica reprimenda de un lector que me recriminaba mi falta de rigor en el tratamiento de la información volcada en ese post, error si cabe mayor, al tratarse de un tema siempre delicado que tenía que ver con las víctimas de la Guerra Civil española. Reconocido el error y hallada la reconciliación con esta persona, no solamente logramos acercar posturas, sino que esto ha dado pie a una serie de aportaciones en forma de testimonios que me he comprometido a divulgar. Dichos testimonios tienen su origen en la propia experiencia familiar o en la recogida de relatos orales de las personas involucradas en los hechos. En un principio - dado que contaba con la aquiescencia de su autor - pensé en darle forma, lo que ahora viene a llamarse corrección -  pero finalmente he desistido porque los hechos hablan por sí solos con la fuerza y el dramatismo inherentes al testimonio de Gonzalo, su voz en off.

Esta es una de sus aportaciones:

16- abril de 2015 Hola Jesús,

Hoy he visto tu blog y me he animado a enviarte ese testimonio que te mencioné hace ya bastante tiempo. El conjunto del texto lo envié hace tiempo al Director de la Memoria Histórica. Al menos la versión de mi familia ya no caerá en el olvido.

“En aquel tiempo la reja del calabozo del ayuntamiento no estaba igual que hoy, se veía descubierta hasta un metro del suelo, pero en los años sesenta, con motivo de unas obras, sólo quedó visible su parte más alta, a modo de ventana de ventilación, el resto fue tapiada con argamasa. Hoy el edificio ya no alberga las oficinas del ayuntamiento, pero en 1936 esta reja era una invitación a la curiosidad de un niño como mi tío Pepe, que tenía en ese momento doce o trece años y había vivido a pocos metros de distancia de la parte trasera del antiguo ayuntamiento hasta abril de 1936, mes en que se traslado toda la familia a la nueva casa, en la actual rúa de Fonte da Vila. Mi tío correteaba por la calle donde siempre había jugado, junto a la cárcel, y sentía mucha curiosidad por acercarse a la reja y ver quien estaba preso. Así fue cómo descubrió a un nuevo detenido, un muchacho muy joven, de unos veinte años, o poco más, que todavía no he podido identificar, y le proporcionó una de las experiencias más ingratas de su vida. Probablemente sea esta historia la que me mueve ahora a escribir estas páginas, pues soy ya él único que puede contarla y conozco muy bien la zona en la que ocurrió.

Continuación del párrafo anterior

«...Pero volvamos a una fecha indeterminada, tal vez a primeros del mes de agosto de 1936, cuando mi tío Pepe se encontraba, como dijimos, en la plaza del Castillo, bajo un calor abrasador. Serían sobre las tres y media de la tarde, nadie pasaba por la calle, vio que se acercaban al ayuntamiento dos guardias civiles y entraban por la puerta principal. Sabía que en el calabozo había un hombre joven al que no conocía, como de veinte años o poco más, era alto, tenía el pelo rizo y los ojos azules. Al principio no le dio importancia a la llegada de los uniformados, pero al cabo de un momento decidió ir a curiosear. Se dirigió a la parte de atrás del ayuntamiento, junto a su antigua casa (de la que hoy se conservan las paredes restauradas), y se acercó a la reja de aquel calabozo. En ese momento el muchacho estaba de rodillas, y claramente tenía miedo; un guardia custodiaba la puerta del calabozo, y el otro, con el máuser colgando del hombro por la correa, tiraba del brazo del joven con su brazo libre, con suavidad, animándole a que se pusiera en pie, mientras le decía: “Vamos, no te va a pasar nada, hombre, solo vamos a dar un paseo”. Pero el joven no se fiaba: “no, no quiero” -Decía con desconfianza y miedo- “No te va a pasar nada, sólo vamos a dar un paseo”. Hasta que el joven, comprendiendo que era inevitable, se puso en pie y salieron los tres del calabozo. Salieron también del ayuntamiento y cruzaron la plaza, bajaron por la Cuesta del Castillo, y al llegar al final torcieron a la derecha, en dirección a la estación del ferrocarril. Y siempre lo llevaban de la misma forma, iba un guardia delante, con el máuser al hombro por la correa, luego el muchacho, como a cuatro o cinco metros, y finalmente el otro guardia, a una distancia similar. A mi tío Pepe le causó novedad y los siguió, no tenía otra cosa mejor que hacer con aquel calor, y se daba cuenta de que, a intervalos, el guardia que iba detrás volvía ligeramente la cabeza para saber si todavía los seguía. Serían poco más de las tres y media de la tarde, nadie los vio pasar; cuando llegaron a la estación entraron por su puerta principal y salieron por la del andén, tomando la dirección de As Neves. Siguieron caminando hasta que el andén se acabó, y enfilaron entonces por el camino que discurre paralelo a la vía; mi tío los siguió un poco más, sintiéndose observado con disimulo, pues el uniformado volvía la cabeza de vez en cuando mientras éste seguía caminando cubriendo la espalda del detenido. Continuaron los tres caminando, hasta que mi tío, ya cerca de la Picada, se cansó de seguirlos y se paró; vio cómo rebasaban el talud de tierra del monte del Disco o de la Picada, y llegaban a la altura del riego del matadero, vio también que en vez de seguir por la vía la cruzaron y se metieron a la izquierda, por el camino que conduce a la caseta del matadero (que es muy parecida a la que existía entonces, pero es otra). Los perdió de vista, entonces se dio media vuelta y regresó. Él pensaba que irían hacia As Neves, pero no ¿A dónde irían? Y estando en esa reflexión sonaron varios disparos que le hicieron detenerse y tener conciencia de lo ocurrido: ¡Lo mataron! Y así fue, lo fusilaron en el bosquecillo que queda a la derecha, según se entra por ese camino. Entonces se paró, y muy pronto volvió a ver a los dos guardias civiles, que salían del camino y tomaban la ruta de la vía del tren en dirección a As Neves, donde probablemente estaba su cuartel.

Bernardo ya estaba muerto cuando fue visto por Herminio Grandal, que debió pasar varias horas después por ese camino. Se dirigía a trabajar a una finca próxima propiedad de su familia. Esa estrecha franja de monte donde lo mataron estaba situada entre su finca y el camino. Me lo dijo varias veces su hijo, gran amigo mío desde la infancia. 

Creo que fue en julio de 1997, pero pudo haber sido también un año antes o después, eso no importa. Una mujer se paró delante de nuestra casa y me saludó, yo sabía que era la mujer del Payas, pero no recordaba su nombre. El Payas era muy buen hombre, muy paciente, me enseño a jugar al billar en el pequeño casino de Salvaterra hacia 1966 o 1967. Hablamos un momento de nuestras familias, y antes de despedirme de ella, sin saber bien porqué, le pregunté lo siguiente: ¿No sabrás quien pudo ser un muchacho que en la guerra mataron en la Picada?

–Pobriño –Dijo– “Chamábase Bernardo, y era repartidor de pan en Alxén” (y luego añadió un largo comentario en gallego que aquí reflejo traducido:). “Yo estaba sirviendo en casa de los señores de […] y al día siguiente de que lo mataran me mandaron ellos ir a por el “fasco” (hoja seca de los pinos) a ese monte, y cuando llegué vi que estaba todo el “fasco” manchado de sangre, y lo fui recogiendo para meterlo en el saco, sin dejar de llorar, y cuando acabe de llenarlo me lo puse en la cabeza, y volví llorando todo el camino, pensando en lo que le hicieron, y llena de miedo”.

¿Quién recogió ese cuerpo? ¿Dónde fue enterrado? El nombre de Bernardo me lo dieron dos personas diferentes, y es muy probable que sea correcto, sin embargo, al no conocer el apellido es imposible asociarlo a ningún fusilado. En los recursos informativos de Internet no hay ningún Bernardo (he buscado a fondo). Todavía hoy sigo sin saber quién era este hombre.

Un saludo

Gonzalo


Los textos reproducidos son literales y no han sufrido alteraciones o modificaciones.



Testimonio de: Gonzalo Gil. Natural de Salvaterra de Miño, donde residió hasta los 17 años. Estudió en la UCM de Madrid y fue profesor en la UC3M de Madrid (Departamento de Biblioteconomía y Documentación). Es autor de libros como a la Luz de los Prodigios. Editorial Alfaguara

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