¡Qué duele Dios, que sufro!,
que aprieto los dientes, mis puños.
¡Este mohín desfigura!.
¿Dónde estás madre, dónde valentía?.
Este sujeto que huye de la vida
y apóstata a su trance se convierte,
este seso traidor que infunde
miedo a la mano que quiere asir,
el válido recurso que salva y redime.
La tristeza de sodio, expedita
en el surco de una mejilla,
el rostro que inclinado avergüenza,
la faz del varón que teme.
¿Qué duele Dios, ¡Tengo miedo!.
Suavizo la expresión afligida
en el ramalazo ténue que te imagina.
Tan sólo eres tú mi bálsamo
terapia dulce, mujer.
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